(Su origen, milagros y un recuerdo)
I
¡Torne la noche en claro día!
Sobre “el potro de la paciencia”, joya artística que, en hora gloriosa y con
fervor cristiano donarían los mayordomos de la “noble Cofradía de la sangre”,
repujado en plata, descansa la efigie del “Señor del Gran Poder” que se venera
en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Peña de Francia del Puerto de
la Cruz, humildísima y aherrojada con la famosa cadena y grillos que el vulgo
ha dado en llamar “el Coroto de los Méndez”, apoyando su mancillada mejilla en
la mano omnipotente, sostenedora del Cielo y tierra, en la sacrosanta mejilla
profanada por aquel maldecido Judas, al imprimir en ella el beso
traicionero y engañado pagado por unas cuantas monedas diabólicas.
Cuenta la tradición portuense que, el Capitán de Artillería, don Pedro
Martín Francisco fue quien encargó a Sevilla esta milagrosa escultura, allá por
los primeros años del siglo XVIII en unión de otra que representaba a
Jesús Nazareno, perdida en el incendio de la Capilla del Convento Dominico de
las monjas claras en 1925 y se dice que, cuando llegó aquélla a este pueblo,
el deseo del comprador era enviarle a la parroquia donde había tomado las aguas
bautismales y dejar éste en poder de las religiosas enclaustradas, pero, ¡oh
milagro!, las repetidas veces que se intimó para embarcarle, el mar, que,
durante los veranos dormía tranquilo y sin oleaje y permanecían sus aguas
diáfanas en la rada de Arautápala, parece desencadenaba sus furias,
haciéndose imposible trasladar a la nave portadora el tesoro que hoy tanto
veneran los hijos del Puerto de la Cruz.
¡Y… torne la noche en claro día! Por no
querer reinar entre los moradores de la villa de Breña Alta en la isla de La
Palma”, “el Señor del Gran Poder”, sentó sus reales en esta tierra, para desde
aquí proteger y guiar a todos sus buenos hijos — a aquéllos que portan con resignación
el lábaro de la redención del género humano—, el signo de su inocente martirio,
que fue la Cruz.
II
Portentosos milagros ha realizado, desde que
tuvo lugar su entronamiento entre los habitantes portuenses hasta la actualidad
el “Señor del Gran Poder”, “El Viejito” como le llaman los marineros y
pescadores con entera familiaridad. Entre las crónicas y anales pueblerinos
leemos y se señala a Aquél de haber librado al lugar de “La Esperanza” perecer
de cierta pestilencia sus vecinos. Por ello y como promesa a cumplir, les vemos
llegar en alegres “ranchos” a estos “esperanceros”, en cada año por el mes de
julio para pedirle les siga tendiendo consuelo y protección a sus descendientes.
¿Y quién no ha oído contar lo sucedido a
aquel descreído patrón de lancha que por no esperar al paso de la Sagrada Efigie
por frente a la “Marina” y hallándose el mar en calma, hizo remar a los suyos
apostrofándoles y llamándole al Señor “diablo”, para perecer tragado por una
ola monstruosa que se levantara al instante de balbucir tamaña blasfemia,
salvándose el resto de los tripulantes en una peña y sin ser ni siquiera mojadas
sus ropas por las aguas?
III
Y ya va para viejo. Aún resuena en mis oídos,
y la recuerdo, una de aquellas estrofas que de niño aprendí entonada por los
colegiales de mi época, al paso de la procesión de la milagrosa Imagen por las
calles de mi pueblo natal, día Miércoles Santo.
Parece que ahora revive y que canta aquí las glorias del Señor…
¡Torne la noche en claro día!
La luz divina, nieblas rasgó.
¡Oh buen JESÚS, fue Tu agonía
Poder de un Dios que nos salvó!
¡Católicos creyentes, que así sea
por siempre!
La luz divina, nieblas rasgó.
¡Oh buen JESÚS, fue Tu agonía
Poder de un Dios que nos salvó!
¡Católicos creyentes, que así sea
por siempre!
F. P. MONTES DE OCA GARCIA
Cronista titular del Pto. de la Cruz. 14 de
Abril de 1938.
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